Y si la Luna hablara...
(...) Sé que se me ha adorado. Desde que los seres humanos desarrollaron una chispa de consciencia, me identificaron con ella. Como un corazón de plata perfecta, brillaba en las tinieblas de la noche. Era la luz que nebulosamente sospechaban que reinaba en los más profundo de sus almas ciegas. Me había hundido en todas las oscuridades del universo. Allá donde las entidades ávidas acechan la menor chispa de consciencia, dimensiones de locura, de soledad absoluta, de delirio helado, de ese silencio doloroso que se llama Poesía, he reconocido que para ser tenía que ir ahí donde no estaba.
Caí en mí misma, cada vez más hondo. Me perdía descendiendo hacia ningún sitio, hasta que, al final, “Yo”, la oscura, dejé de ser. O mejor: era una concavidad infinita, una boca abierta que contenía toda la sed del mundo. Una vagina sin límites convertida en aspiración total. Entonces, en esta vacuidad, en esta ausencia de contornos, pude por fin reflejar la totalidad del mundo. Una luz ardiente que transformé en su reflejo frío, no la luz que engendra sino la que ilumina.
No insemino, sólo indico. Quien recibe mi luz conoce aquello que es, nada más. Es más que suficiente. Para convertirme en recepción total, tuve que negarme a dar. En la noche, cualquier forma rígida se ve aniquilada por mi luz, empezando por la razón. Bajo mi claridad, el ángel es ángel, la fiera es fiera, el loco es loco, el santo es santo. Soy el espejo universal, cada cual puede verse en mí.”
A. Jodorowsky, La vía del Tarot